Los frutos de la constancia

Publicado en Revista Hacer Empresa


La juventud y los primeros años de trabajo han de estar orientados a desarrollar competencias que apunten a algún norte.


Cada vez que alguien triunfa en forma muy destacada, ya sea en el deporte, como nuestro Diego Forlán, o en el mundo de la empresa, como lo hizo el difunto Steve Jobs, surge la discusión acerca de si los expertos nacen o se hacen. La respuesta más sencilla, la que nos deja a todos más serenos, es la primera. Si el éxito de clase mundial es algo innato, no hay de qué sentirse culpable. No hay nada que se pueda hacer, si no vino con los genes, no vale la pena esforzarse.

Sin embargo, según Ericsson, Prietula & Cokely , convertirse en experto en algo depende mucho más de la práctica y del entrenamiento deliberado que de condiciones innatas. Según estos autores, el desempeño verdaderamente superior no es para los pusilánimes ni para los impacientes. El desarrollo de una genuina experticia requiere lucha, sacrificio y una autoevaluación honrada y a menudo dolorosa.

Ericsson se apoya en una investigación de Benjamín Bloom, en la cual estudió la niñez de 120 competidores de elite en campos tan variados como la música, el arte, las matemáticas o la neurología. Increíblemente para muchos, los resultados no arrojaron correlación alguna entre el desempeño sobresaliente y el coeficiente intelectual. Apenas halló una cierta correlación con la altura y talla corporal en los casos de los deportes.

Lo que Bloom concluyó es que todos los competidores sobresalientes que él investigó habían practicado intensamente, estudiado con entrenadores dedicados y contado con el apoyo entusiasta de sus familiares y parientes a lo largo de sus años de desarrollo.

Esfuerzo sostenido…


Más de dos décadas atrás, cuando comenzábamos con el IEEM, recibimos la visita de Juan Antonio Pérez López, uno de los más distinguidos profesores del IESE, que pasó unos días en Montevideo aconsejando cómo desarrollar la Escuela. Cuando le dijimos que los que allí estábamos, apenas llegando a los treinta años de edad, éramos el cuerpo de profesores, con mucho cariño y no sin cierta condescendencia nos explicó que un profesor del Método del caso necesitaba como mínimo diez años para poder llegar a serlo.

Esos diez años son los mismos que Ericsson menciona cuando dice que entre los que llegan a expertos es casi imposible saltarse la regla de las 10 000 horas. Pero no se trata de pasar diez años haciendo lo mismo. En realidad se trata de hacer esfuerzos sostenidos haciendo las cosas que uno no sabe hacer bien.

En el ejemplo del golf (ver recuadro) se ve claramente que es algo muy diferente repetir una y otra vez las mismas rutinas, que desarrollar una práctica inteligente, que busca mejorar y perfeccionar en cada uno de los factores críticos para alcanzar el nivel de experto.

…y tener un norte claro
Parece que una condición básica para aspirar a ser un experto en la ocupación que cada uno elija es precisamente desear alcanzar ese estatus. Y tal deseo debe estar presente en los años en que comenzamos nuestras carreras.

En el arte y en el deporte es bastante evidente que los sacrificios de entrenamiento sostenido han de comenzar desde la niñez, pues en caso contrario es imposible descontar la ventaja en horas de práctica acumulada del resto de los competidores. Pero algo similar ocurre en las profesiones o en el mundo de la empresa.

La juventud, tiempo de formación básica por excelencia, así como los primeros años de trabajo han de estar orientados a desarrollar competencias que apunten a algún norte. Muchas veces la tentación, muy entendible, de un buen salario en los primeros años de trabajo, arruina la posibilidad de perfeccionamiento de jóvenes profesionales que podrían haber seguido un camino de entrenamiento y desarrollo, que escalón a escalón los podría haber llevado a un nivel de perfeccionamiento que ya nunca alcanzarán.

No es necesario que todos y cada uno decidan convertirse en expertos en algo, pero en realidad tampoco es necesario que se abandone esa aspiración. Cuando la discusión de la educación nacional se focaliza en exclusividad en alcanzar niveles básicos que apenas aspiran a la contención social, quizás el daño más grave está en no creer que entre esos chicos problemáticos esté en potencia la posibilidad de desarrollo de grandes artistas, empresarios, políticos o deportistas.

El camino de la exigencia inteligente de la mano de buenos mentores, sean estos jefes o profesores, es mucho más redituable para cada joven y para la sociedad en conjunto que cualquier actitud generalizada de complacencia y facilismo irresponsable.


El ejemplo del golf


Imaginemos que usted esta aprendiendo a jugar golf. En las etapas iniciales, usted tratará de entender los golpes básicos y evitar los errores más burdos. Aprenderá en el green de un campo de golf, realizará tiros desde el campo de práctica y jugará golf con otros tan novatos como usted. En un plazo muy corto de cincuenta horas usted desarrollará más control y su juego mejorará. A partir de entonces, usted perfeccionará sus capacidades, ensayará tiros largos y cortos y participará en más partidos hasta que sus golpes se vuelvan automáticos, y su juego se volverá por intuición. A partir de este punto, el tiempo adicional de juego no mejorará sustancialmente su desempeño y este puede mantenerse en el mismo nivel durante décadas. Esto ocurre pues cuando usted juega solo tiene una oportunidad de tiro desde cada punto de partida. Si se permitiera efectuar cinco tiros exactamente desde el mismo punto del campo, usted obtendría más feedback sobre su técnica y empezaría a ajustar su estilo de juego para lograr más control sobre su tiro. De hecho, muchos profesionales hacen múltiples tiros desde el mismo punto cuando entrenan y cuando se familiarizan con un campo de golf antes de una competencia (Ericsson et al, pág. 126).


 

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