Demografía emprendedora

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Publicado en Revista Hacer Empresa

Luego de 175 años de historia parece que al Uruguay también se le puede aplicar el concepto que tan famoso hiciera Fukuyama: el fin de la historia. No tanto relacionado con la confrontación Este – Oeste, sino con otra de igual larga data en nuestra apacible comarca.  Si nos atenemos a las declaraciones de los nuevos dirigentes políticos, ya no hay discusión: la inversión privada es necesaria y deseable. De la mano de esa premisa, el empresario se convierte si no en un ser apreciado, al menos en uno valorado y aceptado. En síntesis, al empresario se lo reconoce pacíficamente como un ser útil a la sociedad. Pero, ¿cómo se producen más empresarios? Para hallar una respuesta es necesario focalizar nuestra atención en las primeras etapas del ciclo vital del empresario: el emprendedor. Pero antes debemos responder, ¿qué es un emprendedor?

La visión mayoritaria está impregnada de un sabor épico. El emprendedor es una persona que ha triunfado. Lo ha hecho creando algo de la nada, o más aún, haciendo realidad algo inédito. Otros incluso lo elevan a una categoría casi mitológica: ha logrado éxitos en sectores y negocios diferentes… e incansable, lo sigue intentando. Especie de Quijote contemporáneo que dedica su vida y esfuerzo a batirse en cuanto desafío se le pone adelante. Para lograr acometer estas arduas aventuras ha de ser una persona inaccesible al fracaso, seguro de sí mismo, tesonero y amante del riesgo. También hombre con visión de futuro, buscador infatigable de nuevas  ideas y poseedor de gran iniciativa para llevarlas a la práctica. El perfil del emprendedor según el imaginario popular se termina de conformar con las dotes de hombre probado en el liderazgo y con capacidad de establecer contactos que le permitan acceder a los recursos necesarios para cada una de sus aventuras.

Cuando alguien piensa en esta visión, algo caricaturizada pero no por ello menos dominante, es imposible no imaginar emprendedores esbeltos, cosmopolitas, deportistas, si bungee jumpers mejor aún. Pero la realidad está muy lejos de esta imagen. El emprendedor no suele serlo como forma de vida. Emprender no es una profesión, más bien en todo caso una ocupación circunstancial. Es cierto que hay países y culturas que muestran un número alto de emprendedores entre sus miembros, pero quizás no sea tan cierta la afirmación que el número de emprendedores se encuentra vinculado a razones culturales o genéticas. Emprendedores hay en todos lados, en la neoliberal California, en la muy comunista Beijing e incluso en la peligrosa Bagdad. La mayoría de los emprendedores nunca pensaron serlo, no aman el riesgo, ni tampoco se sienten compelidos a emprender cada lunes de mañana. Pero también es cierto que en algunos sitios el número de emprendimientos es mucho mayor que en otros. ¿De qué dependen estas densidades diferentes?

Emprender está en la naturaleza humana. En todo caso, hay entornos, ambientes, pautas culturales que lo que hacen es atrofiar esta condición natural a todo ser humano. Dentro del primer conjunto de factores que genera más atrofia se encuentra el estar inmerso en un contexto económico inestable, sectores con mercados de un tamaño insuficiente, ausencia de fuentes de financiación a tasas razonables, y un marco legal y tributario que se perciba imprevisible a la vez que trate con poco cariño las nuevas inversiones. Un segundo grupo apunta al costo percibido de fracasar en el emprendimiento. En esta percepción se incluyen las posibilidades de reinserción laboral pero también la imagen que la sociedad muestra tener acerca de aquellos que han fracasado. Vinculado a esto último es necesario reflexionar acerca de cómo influye negativamente ser parte de una sociedad que castiga más los éxitos individuales que los fracasos colectivos. Por último, las carencias en capacidades ejecutivas, la falta de un mínimo de fomento de la iniciativa en la educación formal inicial, un exceso de temor al riesgo y la ausencia de ejemplos cercanos en los cuales el éxito ha coronado la iniciativa.

La regla de oro está en la utilidad esperada: premio esperado por  probabilidad de éxito menos costo del esfuerzo. Los factores que hemos mencionado son los que en cada país o región determinan un resultado alto o bajo. Es cierto que, sea el resultado que sea, siempre habrá emprendedores. El problema no son los casos aislados. Las personas extraordinarias no necesitan contextos favorables… pero aquellas que no lo son tanto dependen de lo amigable que sea el entorno. 

Lo que ha de preocuparnos es cómo hacer para que mucha gente “normal”, con nada de extraordinaria, se convierta en potenciales empresarios. Hay muchos frentes en los cuales trabajar. En algunos el responsable es el gobierno, en otros la educación formal y la prédica de los intelectuales, también la fortuna de que surja un número significativo de emprendedores exitosos, honrados y ejemplares. Dejemos de soñar con hombres extraordinarios y comencemos a trabajar para que algún día, que no será mañana ni pasado, los ciudadanos comunes y corrientes se conviertan en el motor de nuestra alicaída economía.

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