Publicado en Revista Hacer Empresa
El aumento del porcentaje de PBI destinado a la Educación debe ir de la mano de un aumento en el incentivo al trabajo en los jóvenes. ¿Para qué estudiar si no tienen en qué aplicarlo?
¿Ha viajado usted a algún país desarrollado en los últimos años? Si lo ha hecho lo invito a jugar al tradicional juego de descubrir las diferencias en versión tercer mundo. Por ejemplo, ¿cuál es la diferencia entre un peaje en el estado de California con uno uruguayo? Muy fácil, en aquel todos los canales menos uno son de pago automático, en Uruguay, exactamente lo contrario. ¿Qué hay de diferencia en el proceso de cargar combustible en Londres con hacerlo en Montevideo? Allá lo hará usted mismo luego de pasar su tarjeta de crédito, acá habrá una persona que manejará la manguera y luego hará manualmente el trámite de la tarjeta. ¿Cuál es la diferencia principal que percibe si entra a una sucursal bancaria en Madrid en comparación con una visita a una sucursal montevideana? La de aquí tiene casi todo el trabajo manual con la consiguiente dotación de empleados, la de allá casi no tiene gente pues el grueso de las transacciones se hace electrónicamente, ya sea vía remota o a través de un ATM. Y como estos tres ejemplos se podrían citar cientos más. Una gran diferencia entre el mundo desarrollado y el que no lo es radica justamente en que en aquel se respeta la dignidad de las personas haciendo lo más posible por evitar que lleven adelante tareas que las máquinas pueden desempeñar correctamente. Esto es así por varias razones. En primer lugar, si algo lo puede hacer una máquina, en el caso que hagamos que lo ejecute una persona, lo que estaremos pidiéndole a esa persona es justamente que lo haga tan bien como una máquina, lo que se traduce en que estaremos aspirando a que esa persona se comporte lo más parecido posible a esa máquina, ¿le parece a usted que tal cosa es un trabajo digno de una persona? Más aún. El único camino de mejora en la productividad será que la persona cada día trabaje más mecánicamente, hasta llegar a hacerlo de la misma forma que el proceso automático. Pero el aprendizaje aplicado a un proceso tecnológico irá por delante del que pueda realizar el trabajador, por lo que se lo estará condenando a un proceso agotador y con una derrota segura al final del camino.
Automatismo asegurado
Las tareas rutinarias siempre terminarán en manos de los automatismos. Es una cuestión de tiempo. Y está bien que así sea. En primer lugar debido a que lo que se puede protocolizar, siempre va a ser mejor que sea llevado a cabo por una máquina, pues ejecutará el protocolo sin posibilidad de error como sí podría sucederle a una persona que tratara de imitar la perfección de la máquina. En segundo lugar, día a día la tecnología se abarata y se potencia en sus capacidades por lo que si no es hoy, mañana seguro lo hará con un costo menor que cualquier ser humano. Por último, si un trabajo es rutinario, no es por definición humano, más allá de que los seres humanos se ocupen de muchas tareas rutinarias. Una persona tiene por naturaleza un llamado para resolver problemas, para hacer cosas más interesantes que simplemente aplicar rutinas.
Sin embargo, en nuestro país hay muchos que se empeñan en forzar a que las personas sigan ocupando su tiempo en tareas rutinarias. Lo logran a través de asegurarse que no haya nada más interesante para hacer, por ejemplo cerrando el país a la competencia internacional o exigiendo el mantenimiento de leyes laborales propias de la edad industrial de la primera mitad del siglo XX; en otros casos lo logran a través de impedir que haya castigos para el trabajador que se equivoca, lo que se lleva a la práctica con sistemas que impiden la discrecionalidad de la dirección de la empresa que busca promover al que trabaja bien y reprobar al que lo hace mal. Si hacerlo mal da lo mismo que hacerlo bien, evidentemente no hay motivo alguno para sustituir el trabajo rutinario manual por un proceso automático. Por último, otros intentan condenar a las personas a trabajos alienantes a través de ridiculeces tan insólitas como aquella esgrimida por un sindicalista que afirmaba “hay que reducir la jornada laboral pues con la llegada de la automatización, si seguimos con la jornada de ocho horas va a haber trabajo para menos personas”. Pero, ¿para qué un empresario va a invertir en tecnología si lo que ahorra en horas hombres debe a su vez pagarlo en un salario por hora mayor que compensa el ahorro en productividad?
Para qué estudiar si al final…
Un último argumento para sucumbir a la aceptación resignada de que los uruguayos deben seguir aspirando a ocupar su tiempo en tareas de baja sofisticación es que la educación está en crisis y por lo tanto no prepara a los estudiantes para otra cosa que no sea muy simple y rutinaria. Puede ser que así sea, pero la solución para que esto cambie no está en que mejore la educación. Si la educación mejora y no cambian las circunstancias en las que se mueve el mundo del trabajo, esas personas más capacitadas solo encontrarán puestos rutinarios, poco demandantes y, por consiguiente, mal retribuidos. Si esto es así, ¿cuál será el incentivo de los jóvenes para estudiar? Ninguno, preferirán abandonar los estudios para no perder el tiempo con esfuerzos en algo que no retribuye. ¿Para qué estudiar si luego no hay en qué aplicarlo? Mejor aprovechar el tiempo en trabajar y ya comenzar a ganar dinero, que seguir estudiando y años después descubrir que se ha dejado de ganar dinero por nada. Al final del día estudiar es una decisión racional, que la entiende tanto el joven de Carrasco como el de Marconi. Que sean pobres no quiere decir que no sean racionales.
Si hay realmente interés en que la educación mejore lo que hay que hacer es crear los incentivos en el mundo del trabajo para que valga la pena esforzarse por estudiar. Si esas oportunidades no están, no hay 6, 8 o 10% dedicado a la educación que alcance. De lo que se trata es si queremos ser un país periférico, condenado a trabajos de poco valor agregado, o si realmente deseamos romper el techo de cristal que nos oprime y permitir que los uruguayos se conviertan en personas que explotan al máximo sus potencialidades.
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