¿Cuánto vale? El dilema de Renata

Publicado en Café & Negocios


Alto Palermo, cinco de la tarde. El marido camina cansado detrás de su esposa y su hija adolescente. Lleva casi todo el día haciendo de porteador y a esta altura la cantidad de bolsas amenaza con sobrepasar la capacidad de sus manos. El día ha sido largo pero ya están cerca del final. El tiempo que queda es el justo para volver al hotel y de ahí partir rápido a Puerto Madero para iniciar el regreso a Montevideo. Quizás por estar ensimismado en ese pensamiento no se percató de que su hija y su mujer señalaban algo en una vidriera. Cuando quiso ver se encontró solo en medio del pasillo. Volvió tras sus pasos y las encontró; tenían en sus manos un abrigo gris oscuro y comentaban algo con una vendedora.

“Renata, por favor, vamos a perder el barco. ¿No me dijiste que ya habíamos terminado con las compras?”. Su señora lo miro y le hizo un gesto imperceptible, mientras continuaba hablando con su hija. “Realmente es lindo, es lo que necesitas para combinarlo con lo que te compraste hoy de mañana. Además está re barato, apenas 4000 pesos”. Su mujer había hablado lo suficientemente alto como para que el marido escuchara.

El marido se acercó al trío. “Ya compramos suficiente. Además parece que tanta compra te está afectando la capacidad de hacer cuentas. Esto sale 1000 argentinos, o sea, 5000 uruguayos”. Ahora Renata giró hacia él desentendiéndose de las demás. “Julio, ¿no me dijiste que los argentinos que nos sobren los vamos a cambiar al llegar a Montevideo, que no vale la pena conservarlos pues cada día valen menos?”. El marido hizo un gesto de fastidio, “¿qué tiene que ver eso? Al salir compramos a cinco uruguayos por argentino, así que si algo sale 1000 argentinos, se convierte en 5000 uruguayos, ¿lo entendés?”.Claro mi amor”, dijo Renata mientras empujaba con la mirada a su hija para que se alejara en dirección al probador, “probátelo con el pantaloncito blanco”.

El marido insistió, a la vez que miraba con angustia cómo la vendedora y su hija se perdían entre los probadores del fondo. “Bueno Renata, vamos de una vez que vamos a llegar tarde, además ya gastamos mucho”. “Lo que pasa es que ese abrigo le viene bárbaro y allá no se consigue. Además, 4000 es realmente barato. Si saliera 5000 te entiendo, ni loca lo compraba, pero a no ser que esté muy confundida, si vendemos los argentinos sin usarlos no nos dan más de cuatro por cada uno, por lo tanto el precio termina siendo el que yo te digo, ¿no te parece amor?”.

¿Cuál es el precio?

Como tantas veces en la vida, cuando se intenta calcular el valor de algo, o el costo, encontramos que los resultados no son absolutos. La toma de decisiones exige considerar las consecuencias que se estima que sucederán a partir de la decisión. Una de ellas es la consecuencia económica. Esto es, de optar por la alternativa A, cuánto dinero de más o menos se tendrá. Obviamente que en los negocios serios no suele ser la única consecuencia para considerar, incluso la mayoría de las veces ni siquiera es la más relevante. Pero que no sea la más relevante no quiere decir que se trate de una consecuencia que pueda soslayarse.

En la búsqueda de la consecuencia económica, el criterio económico solemos decir en el Método del Caso, se encuentra la valoración de las otras alternativas. Veámoslo en el ejemplo de Renata y su marido. Comprar o no el abrigo conlleva varias consecuencias de diferente naturaleza. Una puede ser lograr armar un conjunto con otra prenda, otra la satisfacción de adquirir algo que agrada, quizás también evitar perder tiempo en nuevas búsquedas de otro abrigo, por qué no la alegría temporal de una hija adolescente. La consecuencia económica da valor a esas consecuencias “no económicas”. Uno no compra un abrigo por el hecho de que salga 1000, 2000 o 10000. Uno lo compra a pesar de que salga alguna de esas cifras. Lo decidirá considerando si esas consecuencias no económicas buscadas valen una “destrucción de valor” de 1000, 2000 o 10000.

El problema que surge casi siempre es que no es explícito lo que “cuesta” el abrigo de turno. Tiene razón Renata o su marido, los dos no pueden tenerla, pues iría en contra del principio de identidad, que dice algo así como que dos cosas no pueden ser iguales y distintas a la vez. ¿Cuánto es el costo del abrigo? Lo que se debe reflexionar es acerca del costo de oportunidad. Comprender qué es lo que se sacrifica si se gasta el dinero en ese abrigo. En el caso, según razona el marido, esos 1000 argentinos van a volver a Montevideo y allí serán cambiados a uruguayos, aproximadamente a cuatro por uno. Esto hace que si se consumen los argentinos en el abrigo, se estará haciendo un sacrificio de no gastarlos en alguna otra cosa en Montevideo por un monto de 4000 uruguayos. Dicho de otra forma, el marido deberá sacar de sus bolsillo “otros” 4000 uruguayos para pagar sus gastos del diario vivir. A esta altura podríamos seguir el diálogo ficticio del principio.

“Pero Renata, yo gasté 5000 uruguayos para obtener esos 1000 argentinos. Son cinco mil uruguayos lo que dejo de tener en mi bolsillo”. “No mi amor, hay 1000 uruguayos que ya los perdiste, a lo que ahora realmente estas renunciando es a apenas 4000. Aunque otra cosa sería que estos 1000 argentinos que tanto te preocupan decidiéramos gastarlos en el Duty Free, ahí sío que estoy de acuerdo contigo. ¿Te parece que hagamos eso? Vi un perfume que vendría bárbaro para el cumple de mamá”.

Si usted fuera el marido, ¿cómo se sentiría? ¿Cree que su mujer le está tomando el pelo?  ¿Es cierto que el costo de las cosas es relativo en lugar de absoluto? Quizás para responder estas preguntas valdría la pena que hiciera el ejercicio de buscar situaciones similares en su vida laboral. Muy probablemente se sorprendería de descubrir cuántas veces se ha estado enfrentando al dilema de Renata sin  siquiera haberse dado cuenta.

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