Publicado en Café & Negocios
Una vez, hace mucho tiempo, en una lejana colonia llegó el momento del retiro para el anciano gobernador. Mientras se preparaba para marchar, creyó oportuno dar unos consejos a su reemplazante. Fue inútil. El joven y entusiasta sustituto no tenía ningún interés en escuchar consejos y prevenciones. Mientras se despedía, y ya casi con un pié en la pasarela del velero que lo llevaría de regreso, le ofreció tres sobres lacrados mientras le decía, aunque hoy no lo creas posible, llegarán momentos en que no sabrás qué hacer ni a quién acudir; en esas circunstancias te recomiendo que uses estos sobres, primero el marcado con un uno, en una segunda crisis el que está señalado con el dos, y si los malos tiempos se repiten y no sabes qué hacer, acude al que tiene escrito el número tres. El joven gobernador, más por cortesía que por otra cosa, tomó los tres sobres y despidiéndose se dispuso a gozar de su nueva posición.
No mucho tiempo después el gobernador se encontró en una situación de crisis. Los problemas se acumulaban y él no tenía ni idea de cómo resolverlos. En un momento de lucidez recordó el legado de su antecesor. Entre el desorden de sus cajas y cajones, logró encontrar el pequeño paquete. Lo desató y abrió el sobre marcado con el número uno. Si bien no tenía mucha expectativa de que aquello sirviera para algo, tampoco tenía mucha idea de qué otra cosa podía hacer. La tarjeta contenida en el sobre mostraba un escueto mensaje, echa la culpa de todo a tu antecesor. El gobernador quedó estupefacto. Nunca se le hubiera ocurrido. Rápidamente convocó a una conferencia de prensa. Anunció que se habían encontrado indicios de mal manejo de la administración anterior. A su vez creó una comisión para investigar lo hecho en los años anteriores, destituyó a varios colaboradores del anterior gobernador y organizó una campaña mediática explicando a quien lo quisiera escuchar, y a quien no también, que todos los problemas no eran más que consecuencia de la herencia maldita. El gobernador estaba maravillado. Ya nadie se acordaba de los problemas que pocos días antes enfrentaba. El consejo del anciano había sido un éxito. El gobernador estaba feliz.
Un cierto tiempo después, las dificultades volvieron a aparecer. La caza de brujas había sido eficaz para el problema personal del gobernador, pero no para la colonia. Las dificultades seguían presentes. Echar la culpa a los anteriores responsables ya no funcionaba. La gente deseaba soluciones. Dado que el gobernador no tenía ni idea de cómo enfrentar la crisis, le faltó tiempo para recurrir a la fórmula que le había dado tan buen resultado. En el primer cajón del escritorio, el gobernador tenía guardado los dos sobres restantes. Abrió el marcado con el número dos y halló otro mensaje igual de escueto, anuncia una gran reestructura. El gobernador quedó anonadado. Nunca se le hubiera ocurrido. Sin perder tiempo comunicó que se iniciaba un proceso de reorganización de las estructuras de la colonia. Así se cambiaría el logo, las oficinas de compras se llamarían de aprovisionamiento y gestión de materiales, el responsable de la seguridad pasaría a llamarse coordinador de control y prevención, las secciones que ocupaban el ala sur de la gobernación se mudaron al ala norte y las del ala norte terminaron en el ala sur. El revuelo que se armó con tantos procesos y re procesos generó un ambiente tal que ya nadie hablaba de los problemas que poco tiempo atrás se enfrentaban. Cuando alguien reclamaba una solución a un problema concreto, se le hacía ver que se estaba en un proceso integral de reestructura. Se le exigía paciencia y se le acusaba de promover soluciones parciales. Pasaba el tiempo y el gobernador estaba feliz.
Una vez pasó el tiempo se volvió a notar con claridad meridiana que seguía habiendo problemas, los mismos que antes. Esta vez el gobernador no dudó. Con decisión, pero con un poco de pena por ser ya su último recurso, acudió al tercer sobre. El consejo, escueto y claro como los anteriores, lo dejó de una pieza, escriba tres consejos como estos.
Seguramente usted haya conocido este cuento, narrado en algún entorno diferente. Tiene su gracia, pero también su moraleja. Esta va por el lado de que a los problemas hay que enfrentarlos. Quien no los enfrenta puede ganar tiempo acusando a los gestores anteriores e incluso distraer la atención embarcando a la organización en intrincados procesos de reingeniería. Seguramente pueda ganar tiempo de muchas otras formas. Pero solo se está ganando tiempo. No se están solucionando los problemas. Hay empresas, hay sociedades, que intentan una y otra vez esquivar sus responsabilidades a través de comportarse como el gobernador incapaz. Se trata de organizaciones, y países, que promueven y toleran dirigentes que por desconocimiento, pereza o temor, no atacan las causas reales de los problemas. Sin embargo, siempre llega un momento en que no hay más remedio que hacer lo que hay que hacer. Por eso, si al asumir una responsabilidad directiva, su antecesor le regala tres sobres, no los guarde. Quémelos. Son tan atractivos sus consejos, que a menos que se esfuerce mucho, caerá en su facilismo. Y más tarde, o más temprano, usted también terminará escribiendo.
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