Publicado en Café & Negocios
El proceso de contratación del maestro Tabárez para dirigir cuatro años más a la selección nacional fue seguido con gran interés por los aficionados del fútbol, mayormente con un estado de ánimo favorable a la continuidad. Más allá de los análisis futbolísticos, ajenos a los temas que suelen tratarse en este espacio, se puede aprovechar la ocasión para considerar un error muy común en la dirección de organizaciones, pero sobre el que poco se reflexiona. Como es sabido, la mayoría de las grandes frustraciones tienen su génesis en pasados exitosos. O dicho de otra forma, todo éxito incuba en su seno las semillas de un probable fracaso. Si bien esto puede suceder por muchas causas, la más ignorada se encuentra en considerar los cargos de responsabilidad como un premio para los exitosos. Esta forma de gobernar, enormemente dañina, considera a las promociones como pagos, cuando en realidad un cargo ha de ser visto como una carga, con sus alicientes económicos y de prestigio, sin lugar a dudas, pero como una carga al fin, pues de cumplir un servicio a otros se trata.
Se cae en este error cuando a un gerente, presidente, entrenador, o a un jugador, si de fútbol hablamos, que ha sido parte fundamental en una victoria, se lo mantiene en el cargo sin hacer el análisis acerca de si es la persona adecuada para los desafíos que se han de afrontar. La lógica de esta falla puede tener dos raíces diferentes. La primera, que los que toman la decisión de mantener a la persona en el cargo, no tienen idea de las causas verdaderas a partir de las cuales se ha producido el éxito. En este caso, lo razonable es mantener a la persona en el puesto, por aquello de que ante la ignorancia mejor no tocar nada para ver si se repite. En segundo lugar, el error puede estar en que aunque la base del éxito haya sido la brillante culminación de una estrategia muy bien pensada y mejor ejecutada, se actúa como si el resto del mundo se quedara inmóvil, embelesado con nuestra genialidad, dispuesto a admirar pacíficamente cómo repetimos la victoria. Sin embargo, por aquello de que los “rivales también juegan”, la repetición de la misma estrategia ya no encontrará las mismas circunstancias, ni mucho menos las mismas respuestas del resto de los agentes.
Muchas personas se sorprenden cuando se enteran que sesenta y cinco años atrás, en tiempos en que la Segunda Guerra Mundial estaba a semanas de culminar y el pueblo inglés podía por fin comenzar a respirar un período de paz y sosiego, un llamado a elecciones nacionales terminó con una derrota aplastante de Winston Churchill. Se trataba del mismo Churchill que había sido el gran líder y principal baluarte durante la guerra más terrible de la historia británica. Si bien existía consenso en que él había sido el gran responsable de la victoria, cuando llegó el momento de elegir al primer ministro para los tiempos de paz, el pueblo, a través de su voto, decidió sacarlo del poder. Una lectura rápida de esta situación puede llevar a concluir que el pueblo inglés es un colectivo desagradecido, que no supo valorar la enorme deuda de gratitud que se había creado con Churchill. En realidad, en nada se trató de ingratitud. Los ciudadanos comprendieron, que aquel que había sido el mejor para conducirlos en la guerra, que además había triunfado pese a todos los peligros y dificultades, no era el mejor para los nuevos desafíos. Cada circunstancia exige diferentes formas de hacer así como diferentes personas que ejecuten lo planeado. Así lo entendieron los británicos y así actuaron. Lejos de usar la elección para premiar al exitoso del pasado, decidieron elegir al que ellos consideraron era el mejor candidato para el futuro.
Si volvemos a nuestra selección, la lección pasa por la necesidad de reflexionar acerca de cuáles son los mejores jugadores para los nuevos desafíos. Que son muy exigentes pero diferentes a los de Sudáfrica. Pasa por sentirse libre de compromisos contraídos por las buenas actuaciones de fulano o mengano. Lo mismo para el entrenador o su equipo de colaboradores. El éxito no debe anular la capacidad de elegir la mejor estructura, las mejores personas, para los tiempos que se avecinan. Si de fútbol seguimos hablando, innumerables son los ejemplos en los cuales equipos o selecciones exitosas terminan, poco tiempo después, en enormes fracasos. La razón, casi siempre la misma, renunciar al uso del criterio juicioso, atándose a falsos compromisos, que si existen no debieran hacerlo.
La carga de no caer en este error no le toca a quien está en el cargo. La responsabilidad es de aquellos que tienen las funciones de gobierno, entre las cuales, elegir a los gestores sea quizás la responsabilidad mayor. Gobernar, en el ámbito que sea, ya sea en el órgano político de una asociación civil o en el directorio de una empresa mercantil, obliga a comprender y acertar los desafíos que traerá el futuro. Y congruentemente, colocar en los puestos claves a aquellos que se perciban como los mejores para tales circunstancias. Es por esto que la continuidad en las políticas no pasa por los ejecutivos, pues estos han de ser funcionales a cada tiempo y lugar, sino por una dimensión de gobierno que exige una mirada comprensiva del largo plazo, que permita cambiar todo, sin mudar lo esencial.
El triunfo rara vez permite la repetición de la estrategia. El triunfo, más aún, suele apoyarse en las muy buenas cualidades de aquellos que en un momento preciso y para un desafío concreto, pusieron a disposición de la misión, sus cualidades muy propias, adecuadas para esos tiempos. Más aún, el triunfo, que es bueno por donde se lo mire, puede, y suele hacerlo, obnubilar nuestra capacidad crítica, esa que nos permite analizar y dar respuesta al futuro, sin quedar atrapados del pasado. Algunas naciones y empresas tienden a lograr lo que buscan en forma sostenida, mientras que en otros casos, se suceden momentos de gloria y crisis fenomenales, al punto de que los involucrados desarrollan un aprendizaje que anticipa, y alimenta, tales ciclos.
Estas líneas no apuntan al mundo del fútbol, menos aún a la situación particular de nuestra selección. Sólo han sido escritas para aprovechar un momento de gloria, de éxito al que estábamos tan poco acostumbrados, con el fin de lograr que los momentos de triunfo también sirvan para algo, dado que en general es más útil el fracaso. Aprender a juzgar la forma en que hemos hecho las cosas, alejándonos un poco del simple brillo de los resultados, para poder concentrarnos en las acciones necesarias que los nuevos desafíos demandan.
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