Publicado en Café & Negocios
No hay más remedio que asumir la responsabilidad que nos toca en cada época. La famosa frase “somos hijos de nuestro tiempo” es el reconocimiento de la influencia de los paradigmas contemporáneos en nuestros enfoques y criterios. Pero también quiere decir que los desafíos que la vida nos presenta, en forma individual y en nuestro actuar colectivo, están totalmente correlacionados con la circunstancia histórica que nos ha tocado en suerte. Es cierto que hay personas que logran evitar esta responsabilidad eludiendo comprender las claves de su tiempo. Ni hablemos de aquellos a quienes su intelecto o formación les impiden ver lo que deberían. Más dañino aún, conocemos a algunos que sistemáticamente se niegan a ver lo evidente, manteniendo vivos paradigmas ya superados.
Pero al final la realidad nos alcanza, a todos, y si somos honrados con nosotros mismos nos vemos obligados a actuar. La realidad en Uruguay, más allá de una machacona comunicación mediática acerca de lo bien que estamos, nos dice que se hace muy poco. El Producto Bruto Interno (PBI) que generamos es insignificante en el contexto internacional. Cualquier plan de mejora o desarrollo se ve limitado por ese PBI minúsculo. Esta limitación opera debido a que al trabajar en forma incremental los éxitos más notorios no dejan de ser insuficientes debido a la más que escasa base de partida. Este PBI depende de varios factores, pero al final depende en grado sumo de dos realidades innegables: trabajar más y trabajar mejor.
¿De qué depende que se trabaje más y mejor? Para empezar, de convencerse en el nivel personal de que hay que trabajar más. Esto es, cansarse más, descansar menos. Los niños tienen que asimilar desde pequeños que la escuela es una labor ardua. Aprender, de verdad, cuesta mucho. Lo mismo le ha de suceder al liceal y ni que hablar al universitario. No puede ser que un pre universitario lamente resignado –esto es una anécdota real– que no puede acceder a una beca en nuestra universidad porque cuando daba sus exámenes no se le había ocurrido que las calificaciones pudieran servirle para lograr ese objetivo. Reconocía que su razonamiento apenas un tiempo atrás era: ¿para qué esforzarse en sacar mejores notas si no sirve para nada? Sin lugar a dudas los tiempos cambian y para algunos la novedad se hace evidente a través de golpes inesperados.
Muchas cosas se logran con un mayor esfuerzo, con mayor cantidad. Pero en ocasiones no alcanza. La cantidad tiene que venir secundada por la calidad. Esto es, hacer mejor. Los que sólo apuestan a la cantidad y al esfuerzo tienen un mérito grande pero insuficiente. O cada día tratamos de hacer nuestros deberes de la mejor forma posible, lo que en ocasiones significará experimentar y arriesgarse al error o, utilizando una analogía de comercio exterior, nos convertiremos en un commodity y todos sabemos que a la larga significa fracaso.
Ser hijo de nuestro tiempo en este Uruguay obliga a pensar en dimensiones diferentes. El mundo no será más lo que era. De la misma forma que el mundo de entreguerras no fue el de los años setenta. Los empresarios que están triunfando, y hay más de los que nos imaginamos, lo están haciendo en base a un esfuerzo mucho mayor, a trabajar más horas, a viajar más, a robar más tiempo al ocio que años atrás. Y los que están triunfando más que el resto están siendo originales en su actuar, reconocen que tienen que seguir algo así como un plan de mejora continua en su labor diaria. Como todo fenómeno económico, y esta suma de novedosos comportamientos microeconómicos es uno de ellos, se generan externalidades. Una de ellas es el ejemplo o el efecto contagio. Ver que otros se esfuerzan y triunfan siguiendo caminos originales produce, en los que observan, el deseo de imitar, y así se dispara una dinámica que toma vida propia.
Seguramente haya quien piense que estas actuaciones individuales nada pueden sin el apoyo estatal, sin un marco propicio para la llegada de capitales o sin grandes reformas estructurales, tradicionalmente pendientes. Cierto, mejor y más sencillo es contar con un ambiente amigable y favorable al desarrollo económico. Pero nadie sensato debería despreciar la capacidad del individuo decidido a triunfar y salir adelante. Sucede que en innumerables casos, la principal motivación a hacer más y mejor más allá de las circunstancias tiene que ver con una necesidad imperiosa de sentirse bien con uno mismo, con un afán de realización natural e imprescindible.
Nos va la vida en convencernos que se ha agotado un paradigma que quizás en una época dio resultados pero que ya no da más. El nuevo paradigma exige una revolución cultural que empieza en la escuela, depende enormemente de la familia y exige a los ya maduros –aquellos que hoy ocupan cargos de responsabilidad en el mundo del trabajo– que rompan con el pasado. Algunos maestros, algunos padres y algunos hombres y mujeres hechos y derechos ya lo han comprendido. Se ve por los resultados, notables por el contraste.
En la medida en que esta conducta se generalice será posible soñar un país que vuelva a hacer cosas grandes, con metas magnánimas. Un país con un PBI cuyo volumen y composición reflejen una cultura de trabajo bien hecho y metas ambiciosas. Si tal generalización no se da, seguiremos observando personas notables que triunfan en un país pequeño en lugar de disfrutar de un gran país que permite que muchas personas, con poco de notables, logren desarrollarse al máximo.
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