Publicado en Revista Hacer Empresa
Una y otra vez desde todos los ámbitos de la vida en sociedad se aborda la cuestión del comportamiento ético. Sin embargo, pocas veces se lee o escucha acerca de qué es lo que se entiende por “comportamiento ético”, ¿es algo obvio para todos?, ¿todos hablamos de lo mismo? Quizás con la ética esté pasando algo similar a lo que ocurre con los valores. Desde que el pensamiento políticamente correcto impuso el término valores para sustituir el concepto algo incómodo de virtud, todos asumimos que cuando hablamos de valores hablamos de lo mismo. Así es común escuchar que los políticos hablan de “gobernar con valores”, todos los educadores dicen que su institución “forma en valores” y casi cualquier madre aceptaría afirmar que “educa a sus hijos en valores”. Es natural que sea así, es imposible comportarse en cualquier ámbito de la vida sin priorizar algún valor. El problema es que hay valores muy diferentes. Como muestra vale la última campaña proselitista de un grupo político, que repartió preservativos a mano abierta junto a un texto que ejemplifica con una claridad impecable los valores que promueven, ¿serán esos los mismos valores que mencionan el resto de los políticos, padres y educadores? Muy probablemente la respuesta sea que no lo son.
Los valores que guían la acción de los individuos son la esencia de su comportamiento ético. No somos tanto lo que pensamos sino más bien lo que hacemos. Pues al hacer A, priorizamos eso sobre hacer B, lo que se traduce en que consideramos que A es un valor más preciado para nosotros que lo que es B, y así se va configurando nuestra escala de valores. Podríamos decir que somos lo que hacemos, sin embargo, en cierta medida, terminamos haciendo lo que pensamos. Por lo tanto, vale la pena comprender tres grandes tendencias pseudoéticas propias del mundo moderno (y post moderno también) que explican lo que muchas personas perciben como un comportamiento éticamente bueno; y que naturalmente las lleva a actuar en consecuencia.
En primer lugar, desde el mundo de la empresa, y con mucha fuerza desde que el concepto de responsabilidad social corporativa comenzó a pisar fuerte en las últimas dos décadas, estaría aquella frase inglesa “good ethics, good business”. Se trata de creer que tener un comportamiento ético correcto es buen negocio. Si bien esto es así para la sociedad toda, en gran parte explicado por la reducción de los costos transaccionales de los que habla Williamson, para la dimensión individual es bastante más dudosa su validez. Al menos en un plazo no suficientemente largo, no existe correlación positiva entre actuar “éticamente” y tener éxito comercial. Pero el punto débil de esta corriente no es tanto que la relación causal no se da necesariamente sino que si la razón de comportarse bien fuese porque es negocio, que conviene, sería extremadamente peligroso. Como bien explica Argandoña, “sería un error comportarse éticamente para ganar más. No porque sea malo ganar más, sino porque actuar de ese modo implica que el objetivo es el beneficio, no la conducta moral. Y si en algún momento futuro resulta más rentable comportarse de modo inmoral para ganar más, esta conducta –el oportunismo– acabaría imponiéndose”.
En segundo lugar, desde el mundo de la cultura y afines, proviene la idea de que lo que está bien no es algo vinculado a un principio objetivo sino que lo correcto es lo que se alinea con el comportamiento mayoritario y usual. Si algo está admitido socialmente, se debería considerar que ese algo es bueno desde el punto de vista ético. Pensemos en el fenómeno de la bebida en los jóvenes. Si bien se habla de que es algo malo, la mayor parte de los padres y las autoridades lo aceptan debido a que “hoy todos los chicos se emborrachan”. Es obvio que aunque el cien por ciento de los adolescentes llegase a pasar sus noches en coma etílico sería un disparate aceptar tal aberración como un comportamiento ético deseable.
Por último están aquellos que idolatran la norma escrita. El axioma es que si es legal es moral. Lo que lleva a un corolario quizás más peligroso aún, pues todo lo que no esté prohibido por norma alguna, sería válido desde un punto de vista moral. Gran parte de los fraudes en las empresas encuentran sus raíces en esta perspectiva, pues si el único parámetro de actuación es la regulación –los principios contables o cualquier otro cuerpo normativo– siempre se encontrará un atajo para hacer lo que se desea “cumpliendo con la formalidad”.
El único plan ético para construir y mantener una sociedad sana pasa por aceptar que hay que comportarse bien debido a que así hay que hacerlo y no a que conviene hacerlo, que ese portarse bien no está definido por las costumbres mayoritariamente aceptadas sino por principios objetivos que hay que esforzarse por descubrir, y por último, que la búsqueda de tales bienes universales exigen una ardua lucha personal.
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