Publicado en Café & Negocios
Allá por 1989, épocas de hiperinflación en Argentina, acompañé a una mueblería a un amigo que estaba a punto de contraer matrimonio. Mi amigo tenía el encargo específico de su novia y futura esposa de comprar determinada lámpara. Llegamos al local y mi amigo, feliz de que la lámpara allí estuviera, manifestó su interés de adquirirla. El empleado se retiró a la trastienda y realizó una llamada de teléfono. Luego de varios minutos volvió diciendo que no le habían podido suministrar un valor de reposición y por lo tanto no tenía precio para darnos. Mi amigo se desesperó, más por los problemas que imaginaba que iba a tener al dar una explicación tan original a su novia que por la pena que le producía no poder adquirir la lámpara. Intentó ofrecer un sobreprecio, pero el empleado le decía que no sabía sobre qué ponerlo. Cansados nos retiramos, enfadados con la hiper y con cuanto ministro de economía nos venía a la memoria.
Las situaciones extremas suelen ser muy útiles para fines didácticos. La anécdota anterior sirve para comprender lo que la mayor parte de las personas ni atisban en momentos de estabilidad de precios. Se trata de la nula utilidad que tienen los costos históricos llegado el momento de tomar una decisión de negocio. ¿A quién le puede importar lo que le costó un producto hace un mes llegado el momento de tomar una decisión de venta? En el caso de la anécdota, el empleado de la tienda, aunque no debía saber ni las básicas de microeconomía, lejos estaba de considerar el costo al cual la había comprado. Sabía perfectamente que con una inflación mensual de cuatro dígitos, lo único relevante era consultar el valor de reposición de esa lámpara, para asegurarse un precio que le permitiera comprarla nuevamente.
Si esto es así, y sin lugar a dudas que lo es, cuál habrá de ser la razón por la cual se utilizan los costos históricos una y otra vez. La respuesta está en que en la medida que haya estabilidad de precios y los mismos no varíen demasiado, el costo histórico será una buena aproximación al costo futuro, al costo de reposición. Incluso aunque ese costo futuro pueda llegar a ser algo diferente, seguramente la variación será tan pequeña que no valdrá la pena consultar el costo de reposición del momento. Pero el hecho de que en tiempos de estabilidad no sea demasiado grave observar los costos históricos en lugar de los costos de reposición, no quiere decir que nos confundamos aceptando esto como algo más que una simple regla práctica válida para una circunstancia concreta.
No hay que esperar a vivir un momento de alta inflación para prestar atención al costo de reposición. Pese a la estabilidad de precios, un insumo en particular puede mostrar oscilaciones de precios, o en el caso de los productos tecnológicos, los avances continuos se pueden concretar en un descenso sostenido. En todos estos casos, ser sensibles al único costo relevante para la toma decisiones, que no es más que el costo futuro, puede terminar siendo la diferencia entre hacer o perder un negocio.
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