Invertir, una decisión racional

Publicado en Revista Hacer Revista


¿Invierto en recursos para volcar más producción al mercado sin saber cómo va a actuar la demanda? ¿O mejor mantengo la misma oferta y ante cualquier situación aumento los precios? Si se está planteando preguntas similares con este artículo quizás tome una resolución.


El sentido común indica que cuando un empresario encuentra que su capacidad de producción esta colmada, considera la posibilidad de invertir en incrementarla. ¿De qué depende que decida invertir o, por el contrario, no aproveche esa oportunidad que le da el mercado? Si usted fuera el empresario en cuestión, ¿qué haría? Avancemos un poco más, y consideremos cuál sería la alternativa. Esta no es otra que mantener la infraestructura inalterada e incrementar los precios. De esta forma logra dos cosas: controla la demanda, llevándola a cantidades menores coincidentes con su capacidad instalada, a la vez que obtiene una renta extra –gracias a que el incremento de precios se transforma en margen de contribución adicional–; en concreto, vende el mismo volumen y obtiene más beneficio.

Nuevamente la pregunta, ¿de qué depende que el empresario decida incrementar su capacidad instalada o corrija por precio? Ante una cierta infraestructura instalada, supongamos equivalente a un millón de unidades, el empresario tiene definida una ecuación de costos. Cuando la producción se acerca a la capacidad instalada, el empresario se encuentra en su mejor momento, ya que su costo real se parece mucho a su costo teórico. Obviamente, el empresario se alegra enormemente porque es en ese momento que logra la eficiencia en su costo de producción, y por lo tanto, su inversión rinde el máximo.

Supongamos que la demanda supera el millón de unidades. Por ejemplo un millón doscientas mil piezas. Esta demanda, a los precios de mercado, resulta en un margen muy tentador para cualquier hombre de negocios. Hay doscientas mil voluntades que están en la mesa para que quien esté en condiciones las tome. Pero para ello antes hay que invertir. La inversión en equipos, inmuebles o simplemente en mayor cantidad de personal especializado significa una inversión en costos que pasarán a ser fijos. La inversión rara vez será por un crecimiento equivalente a las doscientas mil unidades de aumento de demanda. Dados los costos transaccionales de una inversión, es razonable que la misma sea realizada con cierta holgura, para no volver a caer en la trampa de quedar otra vez con capacidad plena.

Una vez tomada la decisión de invertir, los costos fijos habrán aumentado irreversiblemente, más allá que la demanda se mantenga, suba o se desplome. Si la inversión fue realizada de acuerdo a criterios de eficiencia, el costo unitario por unidad producida para la nueva situación ideal de trabajar a pleno deberá ser menor que el que se obtenía antes cuando se producía el millón de unidades. La otra cara de la moneda es que por la propia naturaleza de la inversión, al menos en los primeros tiempos, la demanda no será suficiente para lograr aprovechar al máximo la nueva capacidad, lo que terminará redundando en un costo unitario mayor, incluso hasta mayor que el que se lograba antes de la inversión

A la luz de la lectura de estos breves párrafos, ¿cuál cree usted que es el comportamiento esperado de un empresario típico? ¿Invertir? ¿O no invertir?

En realidad hay muchos que no lo hacen. Su lógica es la siguiente: si puedo obtener la misma ganancia vendiendo mi capacidad actual, con un precio mayor, ¿cuál es la necesidad de complicarme la vida con una mayor inversión que me deja mucho más expuesto ante un cambio de tendencia en el mercado, una recesión o un cambio en las reglas de juego? Este argumento podría ser rebatido de la siguiente manera: si bien puede subir en algo el precio, en la medida que el exceso de demanda insatisfecha se mantenga en el tiempo habrá otros proveedores que ingresarán al mercado; por otra parte, ante un crecimiento sostenido de la demanda, digamos a un millón cuatrocientas mil unidades, no hay forma de compensar esa demanda insatisfecha en base a incrementos de precios.

No debería extrañarse quien así defendiese la opción de invertir, que el empresario le contestase que está de acuerdo con él. En la medida que crea –que anticipe– que la demanda de un millón doscientas mil unidades se va a mantener en el tiempo o que la misma va a seguir subiendo, no tendrá ninguna duda acerca de la conveniencia de invertir. Su problema es que no está muy seguro que tal cosa vaya a suceder. Ante esa incertidumbre, alimentada por los ciclos de bonanza/recesión del pasado, prefiere corregir por precio, invertir el exceso de beneficios en negocios inmobiliarios o depósitos en el exterior y esperar a ver que pasa. Lo que va a pasar es bastante obvio. Al no volcar esos beneficios adicionales en mayor inversión, lo que significa más eficiencia por costos menores que le permiten mejorar su posicionamiento frente a competidores mayores, contribuye a que la “bola de nieve” de la economía se quede más pequeña de lo que podría ser.

En conclusión, no alcanza con que haya más actividad, más consumo, más dinero en la calle para que los empresarios se convenzan que les conviene invertir en más capacidad instalada. Sólo habrá más inversión si la expectativa es de crecimiento sostenido. Esta percepción dependerá de muchas variables, muchas dependientes de factores extra país. Sin embargo, hay otras que sí dependen de los uruguayos. Sin pretender ser taxativos, evolución y calidad del gasto público, reservas internacionales, instituciones que ofrezcan un marco confiable, mensajes de los referentes políticos, políticas monetarias y tributarias coherentes, fuerza laboral capacitada, inserción internacional, apertura comercial.

Este comportamiento “antipático” de los empresarios es lógico hasta los tuétanos. Si usted, lector indignado, estuviera en su lugar, existiría una probabilidad enorme de que se comportarse de la misma forma. La conducta de una parte importante del empresariado argentino desde el año 2001 a la fecha ha sido sintomática. El crecimiento se ha realizado a partir de utilizar la capacidad instalada, y una vez llegado a ese tope, ¿invertir o corregir por precio? Cualquiera que intenta importar desde Argentina sabe muy bien cuál ha sido la estrategia. Esta táctica de crecimiento no genera desarrollo. En realidad se produce un traspaso de riqueza de los consumidores hacia los empresarios[1], los cuales no la vuelcan como podrían en más inversión, y frenan así las posibilidades de desarrollo. Si bien he mencionado el ejemplo argentino, en Uruguay la situación es muy similar, ¿cómo se explican sino los bajos niveles de inversión nacional[2] en momentos de crecimiento del Producto Bruto Interno como pocas veces se han visto?

El comportamiento de los empresarios brasileños es, sin embargo, muy diferente. Cuando he tenido la oportunidad de dictar cursos allí, me cuesta mucho hacerles entender la lógica de trabajar en situaciones de capacidad plena, en la cual hay que optar entre un pedido u otro. Me miran extrañados y me dicen, ¿cómo capacidad plena?, hay que incrementar la infraestructura para poder atenderla. Es que para ellos la historia dice que, aunque con altibajos, la curva de demanda siempre va para arriba.

Para que un mayor nivel de actividad se convierta en mayor desarrollo económico, en más “distribución”, es necesario que el ciclo se complete. Se incrementa la demanda, la capacidad instalada no alcanza, se invierte en mayor capacidad, los costos unitarios bajan, se alcanzan precios más competitivos, el consumo logra más productos con el mismo dinero, lo que a su vez se traduce en más demanda de productos de mayor valor agregado y el ciclo vuelve a empezar. Pero para que ello suceda es necesario que los empresarios crean… no es cuestión de crédito barato, tasas negativas –como hubo en el pasado–, mercados cerrados y cautivos –como también hubo en el pasado–, y menos aún amenazas de las autoridades para los empresarios que parezcan utilizar la lógica de la “corrección por precio”.

Cuando se habla de desarrollo social, de preocupación por los desposeídos, hay que buscar resultados. A los carenciados no se los contenta con decirles que se los quiere, que se los aprecia. Aunque parezca contradictorio, tampoco regalándoles dinero a cambio de nada. Lo que ellos quieren es entrar en el circuito del consumo, ese que les permite llevar más y mejores bienes para sus hogares, que les permite alcanzar mejores servicios de educación y salud.

Nos guste o no nos guste, todo termina pasando por los empresarios nacionales, esos que tienen comportamientos interesados, egoístas, conservadores…, en definitiva, los mismos que usted y yo tendríamos si nos expusiéramos a decisiones similares. Un camino alternativo es intentar cambiar la naturaleza humana de nuestros empresarios, pero me animaría a afirmar que es bastante más sencillo crear las condiciones económicas, sociales, políticas, laborales que les hagan “creer” que el desarrollo va a ser sostenido.


[1] Los empresarios a su vez la comparten con su socio principal, el Estado, que devuelve parte de ella en planes sociales, mayor gasto público en salarios, incrementos de precios debido a que la oferta de bienes no se desarrolla a la par de lo que lo hace la demanda y así la vida sigue hasta que todo el sistema se sanea mediante una nueva crisis. Esto último confirma lo anticipado por los empresarios reacios a invertir, que ven como la demanda cae y por ende los precios, dejando en situación comprometida a aquellos que habían invertido en mayor capacidad.

[2] La inversión directa extranjera sí ha sido muy importante, pero la misma se guía por otra lógica, en la cual no es menor el que nazca focalizada a mercados externos, en los cuales las oscilaciones de demanda siguen una tendencia de crecimiento sostenido más allá de períodos recesivos que a mediano plazo no quiebran la tendencia. Por el contrario, el empresario uruguayo no sólo está muchísimo más focalizado en el mercado interno, sino que además su fuerza negociadora ante el gobierno, debido a la escala de sus inversiones, es infinitamente menor que la de los extranjeros.

 

 

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