Publicado en Revista Hacer Empresa
¿Cuánto vale un hijo? Para cada lector seguro un precio diferente, pero sin duda que mucho más que lo que la Reforma Tributaria que estrenamos nos «cobra». Un tema difícil sin duda, pero por eso mismo merece mucha más reflexión personal de la que se está viendo en el ambiente.
Hace unos días, un colega con expresión de desazón, comentó como al pasar, nunca imaginé que Carlitos valiera apenas tres kilos de bananas. He de reconocer que la afirmación me golpeó un poco, hacia tiempo que no veía al hijo de mi amigo, pero nunca me había dado cuenta que el pobre tenía tan pocas luces. Me sentí en la obligación, como padre que también soy, de hacer alguna acotación positiva, haciéndole ver que a veces los chicos se desarrollan más tarde y que no todo en la vida es el coeficiente intelectual. Después de todo, genios como Einstein fueron rechazados por sus primeros maestros. Pero grande fue mi sorpresa cuando me interrumpió abruptamente, no, entendiste mal, Carlitos es una luz, igualito a mí, lo que pasa que la DGI me lo valoró en tres kilos de bananas, es lo que puedo llevar a casa con los 88 pesos que me asigna como deducción del impuesto a la renta. En casa somos tres, cada kilo son cinco bananas, eso me da quince bananas, ¡quiere decir que día por medio podemos consumir una banana entre los tres gracias a que con mi señora encargamos a Carlitos!
Obviamente, ni el gobierno, ni el Ministerio de Economía ni menos aún los técnicos involucradas en la definición de la Reforma Tributaria que estamos estrenando piensan que un niño vale 88 pesos. Lo que pasa es que mas allá de lo que piensen, para un matrimonio que tienen un hijo, la diferencia con otro que no lo tiene es apenas esa magra cifra. Unos meses atrás, un economista experto en finanzas públicas me explicó en forma muy contundente que incentivar este o aquel comportamiento de los ciudadanos a partir de la tributación no es correcto desde un punto de vista ortodoxo. Según su exposición, eso corresponde a las políticas de gasto. En buen romance, su argumento es que está muy bien que una persona con 7 hijos o una con ninguno pague el mismo impuesto –en realidad, él ni siquiera estaba de acuerdo en el beneficio de los 88 pesos–. Otra cosa es que si el gobierno entiende que es bueno fomentar el crecimiento de la población, eso debe hacerse con políticas públicas de gasto, por ejemplo, un subsidio por hijo para gasto de educación, salud o lo que sea. Yo insistí en que me parecía muy útil para nuestro país que las clases medias y altas[1] –todo un misterio actualmente saber en cuál categoría se encuentra cada uno– tuvieran más hijos. Estos grupos de personas suelen mantener núcleos familiares más estables, lo cual ayuda a la contención de los menores y a la transmisión de valores tan útiles para la sociedad como, entre otros, la laboriosidad, la urbanidad y la responsabilidad. Además, estas familias suelen gastar parte de su ingreso en pagar un colegio privado, no por ideología, sino debido a que buscan una instrucción suficiente que en muchas ocasiones la escuela pública no puede dar, invierten en cursos de inglés, que tan necesario es para la fuerza laboral del futuro –¿presente?– y además suelen pagar una mutualista y hasta dentista privado, lo cual no deja de ser una ayuda pues favorecen la disminución de problemas de salud del niño cuando se convierta en adulto. En fin, que con todas estas ventajas, es obvio que estos niños son los que el futuro van a estar en condiciones de tirar para arriba, van a aspirar a más y además van a estar en condiciones de luchar por un mejor nivel de vida, que necesariamente posibilitará que hoy los niños en hogares más necesitados pueden tener más oportunidades mañana. Hasta donde yo sé, en Uruguay no se recibe ninguna ayuda ni subsidio, ni nada que se parezca por todos estos aportes que los padres “ricos” hacen en la formación de los futuros ciudadanos[2].
Peor aún, además de valorar a cada hijo en apenas 88 pesos, si la empresa en la que el papá de Carlitos trabaja tiene como política pagar un seguro de vida, dar un complemento para la salud de Carlitos o entregar un cierto dinero para compensar los gastos de educación… ¡hay que pagar IRPF sobre ello! Suponga que mi amigo gana 40.000 pesos al mes, suponga también que entre seguro de vida –300 pesos, un beneficio potencial para Carlitos obviamente–, la ayuda para la cuota mutual –otros 350 pesos– y la ayuda para estudios –1000 pesos–, dada la tasa de la escala que le corresponde, tendrá que pagar por esos 1650 de “ingreso gravado”, la friolera de 330 pesos mensuales. Esto es así pues los ingresos extras, de no tenerlos, se deducen de la tasa máxima que le toca, esto es, el 20%. En concreto, por el efecto Carlitos + IRPF, más que comer una banana cada dos días, va a tener que dejar de comer manzanas, naranjas y vaya a saber usted que otra fruta[3].
Más aún, además de pagar Impuesto de Primaria y no usarla, además de pagar los impuestos indirectos que soportan la educación pública en general y el sistema de salud público, y tampoco usarlo, ¿no deberían al menos agradecerle al papá de Carlitos el hecho de que no usa esos sistemas públicos y permite así que el Estado gaste menos o que atiende mejor a los que no tienen más remedio que acudir a ellos? Imaginemos por un momento que todos los padres que envían hijos a los colegios de Pocitos, digamos, San Juan Bautista, Queen’s, St. Andrews, Monte VI, Yavne, por decir algunos de los que están en una manzana, deciden apuntar a sus hijos en la escuela pública. Sería un caos, tendrían derecho a ser atendidos, pero el Estado debería realizar una inversión –gasto– enorme para atenderlos, y quizás debería dejar de asistir otras necesidades más acuciantes. No creo que el papá de Carlitos aspire a que le manden un cheque para usar en educación, salud o similar, pero al menos, ¿no habrá alguien que le eche una mano al papá de Carlitos?
[1] Sin lugar a dudas, las personas con ingresos en las franjas más bajas, digamos hasta 20.000 pesos mensuales, obtienen algún beneficio. Pero este beneficio es independiente del impacto vinculado a si tienen o no hijos.
[2] La eventual reforma del sistema de salud, a cambio de un nuevo impuesto sobre los ingresos, dará en contrapartida la cuota mutual para los hijos menores. De todas formas, para los ciudadanos que estén en la situación laboral de mi amigo, la resultante en materia de ingresos netos es nuevamente desfavorable.
[3] La familia de Carlitos quizás siga comiendo lo mismo, pero eso será debido a que sustituye gasto, reduce ahorro o trabaja más. El impacto de Carlitos en sí mismo genera la consecuencia que aquí se narra más allá de las posibilidades económicas finales de la familia.
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