Trafalgar, el heroísmo y la condición humana

Publicado en Revista Hacer Empresa


El autor se refiere a un libro de Pérez-Reverte en el que evoca la batalla de Trafalgar para reflexionar sobre el valor que supone el sano interés propio para la sociedad; todo ello en el marco del cambio que supone el nuevo escenario político de Uruguay

Nuestro país está viviendo un momento histórico. Una parte importante de la población se encuentra llena de esperanza por lo que considera puede ser el comienzo del fin de décadas de frustración debido al alejamiento cada vez mayor del Uruguay soñado que una vez fue; aunque quizás no lo fue tanto. Vale mucho la esperanza, pero si lo que sigue es la frustración, el resultado es desastroso.

Por ello vale la pena realizar algunas reflexiones acerca de ciertas verdades innegables que por más ilusión que se tenga no pueden ser obviadas. Se trata del valor fundamental que para una sociedad tiene el sano interés propio. Ese sentimiento que en los últimos tiempos muchos han tratado de degradar abogando por un interés colectivo más noble y confesable, pero carente de todo viso de realidad; al menos si nos remitimos a lo que nos enseña la historia de los últimos 2000 o 2500 años. Para ello nos remitiremos a uno de los innumerables ejemplos que ella nos facilita.

El 21 de octubre de 1805, frente al cabo de Trafalgar, a pocas millas de Cádiz, se enfrentaron las escuadras franco-española e inglesa. El resultado es bien sabido, una terrible paliza de los ingleses que desterraron para siempre los sueños de Napoleón de poder invadir las islas británicas.

Con motivo de los 200 años de la batalla, Arturo Pérez-Reverte escribió una novela en la que relata con pluma magistral los acontecimientos del encuentro, cuidando en todo momento de no perder la dimensión humana del conflicto, incurriendo para ello en ocasionales licencias literarias que no afecten en lo más mínimo la realidad histórica.

En un momento de la obra el autor se lamenta, no olvidemos su nacionalidad, del estado calamitoso de la armada española. Quizás no tanto por la calidad de los navíos y el armamento sino por el descuido doloso de las condiciones en que habrían de luchar los marineros y oficiales españoles. Veámoslo en sus propias palabras: «(.) oficiales expertos pero desmotivados y sin cobrar sus pagas, marineros esclavizados sin preparación y sin incentivos, obligados a servir durante media vida sin otro futuro que la muerte, la mutilación, la mendicidad y una vejez miserable».

Es posible que el lector no lo sepa, pero gran parte de las tripulaciones de aquellos tiempos estaban formadas por presidiarios, mendigos y desgraciados que eran capturados en las levas sin derecho alguno a reclamo. Pero lo más interesante de la lectura es que el origen de la mayor parte de las tripulaciones francesas e inglesas también era el mismo, en definitiva, lo más bajo de la sociedad del momento. Entonces, ¿de qué se queja Pérez-Reverte? De algo muy importante. Aunque el origen de la marinería era similar, llegado el momento de luchar, se notaba la diferencia.

Veamos cómo lo expresa: «(.) eso a diferencia de los franceses, con su patriotismo fresco, el Imperio recién estrenado, derecho al dinero de las presas y sueldos puntuales . o de los ingleses, profesionales entrenados (ninguno de sus oficiales puede mandar embarcaciones de más de veinte cañones hasta haberse comido diez años de mar, tenga el mérito o el favor que tenga) que cobran una pasta si capturan presas, ascienden hasta capitán por méritos distinguidos, y a partir de allí suben por rigurosa antigüedad por muchas batallas que ganen; o sea, justo al contrario que los españoles, que ascienden a capitán por escalafón y a almirante por enchufe».

La genética es la misma a ambos lados del Canal, la extracción social también pero el «contrato laboral» es significativamente diferente: los ingleses son obligados a luchar pero lo harán a las órdenes de oficiales seleccionados e incentivados, que se verán inducidos a entrenarlos y a pagarles lo que les corresponde en caso de triunfar; los franceses, además del respeto al botín, con la innegable motivación que da la causa, inaugurada en la Revolución cercana y coronado por el Imperio de Bonaparte; y, por otra parte, los españoles, con las mismas condiciones de partida miserable pero guiados por un rey abúlico e incapaz y además sabiendo que en caso de triunfar, y salir con vida, nada les espera salvo más sufrimiento.

Llegado el momento de la verdad, los españoles pelearán como el que más, con abnegación y sentido del deber hacia el rey y la patria, pero no será suficiente. El heroísmo no faltó a la cita, pero no es justo, ni inteligente, pedirle al heroísmo lo que éste no puede dar.

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